martes, 25 de octubre de 2011

Tiempos

J. Pascual
Las arrugas poblaban ya sus manos cual caminos arados a lo largo del tiempo y los años anidaban sin remedio en los ojales de su chaqueta o en la lazada de su mandil.
Nada más podía pasar. Todos los días eran uno, pero quizás ese, el más feliz de su vida. Tuvo sueños,  tal vez pocos, pero siempre acabados y a su pesar, varias lágrimas, que alimentaban la tierra malherida.

Su fuerza se fue apagando, se fue quedando sin alas, pero sus piernas quebradas aún le piden caminar. Parece que su sonrisa quiere sin pudor mostrarse, y cada día al levantarse le ruega a Dios libertad.

Silueta encorvada como el árbol seco que pelea hoy con el viento sin llegar a perderse. Tiene oculta en sus ojos la tristeza cautiva y en su boca el aliento de los campos inertes.


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