sábado, 3 de marzo de 2012

Dos

J. Pascual
La gente pasaba estrepitosamente pisando los charcos, rebosantes de vida, de fuerza, de luz. El paraguas era la simple careta que el tímido se pone cuando sale a la calle, y que se cae cuando menos lo desea, en ese preciso instante.

En su camino, las nubes arrastraban las penas de los viandantes, sigilosos ahora, cuando la tormenta pasaba. Pero no se veía el fin. ¿Y si volviera? ¿Y si no acaba?

Las ventanas protegidas con marcos de madera carcomidos, cantaban chirriando con un suave murmullo, contradictorio, paradójico, desconcertante. Y nosotros dentro.

Veíamos caer las gotas de lluvia en los cristales, típico, manido, de románticos borrachos que se desesperan entre lamentos. Pero éramos dos. 



Dos que se convertían en uno sólo en cada beso, con cada caricia, con cada suspiro. Los alientos se aparcaban en la nuca del contrario sin previo aviso, dulces, penetrantes, desalmados. 

Ganas de ti, ganas de mi, ganas de males, de bienes, de paz, de guerra, en una cama vacía que gritaba helada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario